lunes, 11 de agosto de 2008

Simón Rodríguez *



Confieso que soy un verso

no tengo nombre, no significo nada; en fin

no existo sino porque las pequeñas cosas del mundo

me exigen que hable.

Simón Rodríguez



Escribe: Walter L. Bedregal Paz



Simón Samuel Rodríguez Cruz

(Puno, 1969)



Sinngular poeta nacido a las orillas del Lago Sagrado de los Incas. Profesor de Lengua y Literatura. Culminó Derecho en la Facultad de Ciencias Jurídicas de la UNA- Puno.


Premio Regional de Poesía “César Vallejo” 1992, organizado por ADLA – ELEGÍA- Juliaca. Obtuvo el Primer Puesto en los II Juegos florales Universitarios. UNA – Puno, (1993). Primer lugar en los I Juegos Florales de la Facultad de Derecho de la UNA – Puno, (1997). Primer puesto del Concurso Literario Nacional “Canto al Lago”, categoría intelectuales, organizado por el PELT, (1998). Primer Premio Regional de Poesía Magisterial organizado por la UGEL- San Román, (2004).


Ha publicado Desatando Penas y La Palabra del Verso, en el mismo año 1992.


Como todo poeta, Simón Samuel Rodríguez, ocupa hoy un puesto privilegiado entre los militantes de la musa de poesía de Fin de Siglo, de originalidad y humorismo superiores, tiene en su abono la prosa hermosa y serena que la poesía presta a las horas dramáticas, pero más que poeta real, moderno y de fibra, Rodríguez es indiscutiblemente el primero entre sus legionarios. Tiene además la gloria única de haber encontrado el secreto de una forma dramática que sin alejarse de la línea del arte puro, impresiona profunda y hondamente el gusto no muy refinado de un público que habita en una zona de sierra sur-peruana que no lee.


Con el tiempo y la influencia directa o indirecta de los grandes prosadores de antaño, este poeta fue revelándonos más su vigor y amplitud humana, más elevación de ideas.


La poesía de Rodríguez, sin excluir las primeras producciones que merecieron importantes premios en un período clave para él. Le dan a la vez la clave de las más recientes transformaciones de la poesía a finales de era, estas, mucho más que las de otros amigos, superan en verdad psicológica y en contextura artística. Acostumbró al mundo literario puneño – que espera más de esa producción – el reencontrar ese selecto, aunque bajo un disfraz, su poesía tradicional.


Simón, sin buscar que su época está obligada a reconocerlo desde un principio obliga a esta misma época a reconocerlo; pocos hombres alcanzan tal posición durante su vida, lo que generalmente conceden los críticos e historiadores, claro está, después que el hombre y su época han pasado. Con Rodríguez sucede diferente, lo siente y hace sentir a otros, que no desea pasar desapercibido.


Recayó en él, en vísperas una condena judicial, que al igual que Oscar Wilde recibiera algo prejuzgada para hombre de letras, lo cual con discreta ironía suavizó el dolor de los abismos; hecho que para el mundo social y literario, Rodríguez se escarapeló, cobijando tras su cuerpo una capa que lo alejó un tiempo de esta soledad que aún espera mucho de él. No deseamos que sus versos se pierdan sin haberlos publicado y disfrutado al ser leídos; puede ser que el libro La balada de la Cárcel de Reading que no llevaba su nombre sino el número de su celda, como idea a continuar, puede ser un consejo, aunque de consejos sabemos que los poetas tienen mucho tras esa imaginación fecunda, a pesar que se encuentre encerrada.


Esperamos una lenta y segura reacción a favor de su memoria poética, y que continúe su producción en nuestro entorno.


Es oportuno reconocer la significación que tiene su labor literaria; escribió él en una época de constantes cambios político – sociales, influido como testigo consciente de importantes y ambivalentes hechos que ya forman parte de la historia en nuestro país, por el impacto de las guerrillas del 65 y de hechos acaecidos por un Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas; y el nacimiento de nuevos partidos políticos en toda la década del ’70.


Enrique Rosas Paravicino (Cusco), en el Prólogo de “Desatando Penas”, manifiesta a modo de carta fraternal: “…anoche volví a leer tus originales por séptima vez. Fue grato experimentar de nuevo la vibración de tu tersa vigilia. En realidad yo escucho una pausada música detrás de tu escritura, un cierto ritmo hecho con latidos de sueño y celaje. Será que la tierra te dicta su testimonio con ráfagas de viento y tonalidades de arco iris? Será qué en tí el tema del amor es sólo un pretexto para horadar después esa conciencia colectiva, aún no rozada por tu lírica elemental? Hay quienes quieren creer, Simón, que la poesía es simplemente una actitud de negación de la realidad. Pero tal aseveración resulta infundada”.


Así justifica sus métodos en diversos prefacios, si bien alabando y alentando a los nuevos militantes de una musa de aquella última década, y de las buenas prácticas de autores inteligentes y reflexivos.


En sí, Rodríguez pertenece a esa Generación Contemporánea puneña, con una doctrina del esteticismo que debe prevalecer en todas las manifestaciones de los poetas que enrumban en un nuevo milenio, llegando a ser a la vez palabra de combate. Rodríguez no es inconsecuente con lo fundamental de sus antiguas disciplinas, coincidentes en algunos puntos con los de Javier Heraud. Su misma degradante condena no logró convencerlo de que la poesía como quiera que se le interprete es una fuerza real en las sociedades libres, por eso escribe…



CONFIESO QUE SOY UN VERSO


No tengo nombre, no significo nada; en fin

no existo sino porque las pequeñas cosas del mundo

me exigen que hable.

Quisiera ser claro y sencillo como un insecto,

alzarme como un lago de música

o abrirme de súbito como un océano.

Siento urgente necesidad de compartir y de ser libre,

cantar desde el vientre enloquecido del alba,

llorar desde la ilusión dormida en los torrentes.

Sé que a veces molesta mi tristeza,

sé que a veces soy el niño que no juega,

el colmenar desconocido,

el horizonte que se pierde en la distancia.

Sé que mi tristeza

es de escarabajo que cierra los ojos para siempre.

Y sé también de aquellos secretos inaccesibles

que sólo pueden guardarse en la sangre,

pero no sé del agua donde mis besos mueren,

no sé abrir los brazos

como lo hacen los caminos en las tardes,

no sé nada de los niños que llaman,

de los vientos que perfuman los surcos,

de los patios escondidos,

de las casas olorosas y distantes.

Pero soy sólo un verso,

apenas un hueso olvidado en la mañana,

un triste batracio que sueña,

un canto que naufraga en la tierra,

un extraño que te busca y te encuentra

en cada pensamiento repentino y en cada palabra ajena.

Un verso, sólo un verso que habla del silencio,

de esa tempestad dormida sobre la brisa de los lagos,

de ese hondo precipicio

donde caen dulcemente las tardes.

Un verso, sólo un verso que habla del silencio,

de ese singular silencio

que a veces desespera como un mar que nos traga,

de esa flor de reproche que nos mira fijamente.




ESTAMPAR TU CORAZÓN DE KAPULÍ


Una vez emigró el color de tu mejilla

fue luz volando hacia un arco iris.

Una vez se ahogó tu sonrisa en la distancia

y perdí el rastro de tu perfume de hierbabuena.

Una vez fueron tus pies de vicuña a perseguir

el galope del viento y el sollozo del Ichu.*

Hoy vuelves…

quimera que desollaron los harapos y las guitarras.

Hoy vuelves y contigo

una mirada de esperanza a la tristeza de mis ojos.

Hoy vuelves alondra sensitiva y contigo

tu voz y tu abrazo de horizonte adormitado.

Hoy vuelves y contigo la palabra exacta

la imagen adecuada, la metáfora precisa.

Para estampar tu corazón de Kapulí*

en una corteza de luces y alegrías siemprevivas.


* Ichu: Paja. Planta gramínea abundante en las altas mesetas.

* Kapulí: Árbol andino de frutos parecidos a la guinda.




A MAMÁ MATICHA DESDE EL ENCIERRO


Mamá Maticha:

No estoy seguro del tiempo que ha pasado

desde que fui exiliado de mi propio sueño

pero mi sed

de caminos ha crecido

y he llegado a imaginar

un desierto de golondrinas donde vuelan tus manos.

Pienso que este encierro

se hizo deliberadamente para dolernos.

Su anatomía la conforman horas lobas, minutos lobos

segundos lobos.

Y está prohibido gritar o quejarse de madrugada

se podría ahuyentar el rocío, la brisa

la blanca espuma de los lagos.

El solo ya no quiere mirarme

las calles entristecen repentinamente

y lloro a escondidas como un niño asustado.

No importa, mamá Maticha, no importa.

Quiero que sonrías

con la misma y triunfal sonrisa post-parto.

De todas las madres

aunque ambos sepamos de aquellas tardes tan hermosas

en que de veras quisiera uno morirse como las aves.

A quienes sólo les salen himnos cuando te nombran.

sólo lo perfecto, sólo tú, mamá Maticha

puedes cobijarnos en tu abrazo de mayos levantados.

Sólo tú puedes amamantar al mundo

con la leche de tus pechos donde grita la vida

con la leche de tus mares inmensos y redondos

donde los días saltan blancos de esperanza.

Mi libertad por una sonrisa tuya.

Mi libertad por tus cadenas rotas.

Mi libertad por un vientre de humanidad como el tuyo.

Y los faltos de afecto, los que piensan

que tus sueños y los míos no tienen importancia

pagarán su indignación en las paredes

afirmarán que eso de retornar al principio de todo

eso de nacer y volver a nacer

cuantas veces sea necesario

no está científicamente comprobado.

Pero jajayllas! Mamá Maticha jajayllas!

Pues tú y yo sabemos

que hasta la cárcel bien podría ser una madre

que los sueños son madres eficaces y seguiremos soñando

mientras no nos decapiten la ternura

mientras no nos quiten el alma

la risa azul de los océanos. Aquello que es poesía:

Madre de madres donde los hombres renacen.

Qué felices éramos

cuando me cargabas en la barriga ¿recuerdas?

Mas ya no soy el que alborotaba

y hacía crecer de ternura tu vientre.

Ya no soy el que luego se aferraba a tu espalda

como a una peña de calor y creía

que en la sonrisa de los niños se totalizaba el universo.

Soy nada más el hombre, ahora el poscrito, el preso

el fantasma que habita esperando

el malvado que no supo ser malo con nadie

y que sólo pide un vientre en qué abrigarse.

Es que de pronto me retorna el niño

la guagua desvalida, el embrión aútero.

Y qué ganas entonces se serme tierno y malo

al mismo tiempo. Qué ganas irremediables

de tenerte cerca, de sentir tu protección única

el cielo de tus labios que besa mi frente

las palomas de tus manos que consuelan mi llanto.

Mamá Maticha, mi pensadora anónima

mi filosofía profunda y clara.

No basta una inmensidad para comprender

la plenitud y dimensión de tu sabiduría.

Porque el tiempo te hizo con los años

día a día, en el esfuerzo.

Y aunque ahora me escuches

a través de los ojos de Papá

aunque tu rúbrica siempre haya sido

una huella digital grotesca y ruda

tú eres y serás la diosa, la sabia

la más perfecta hasta lo eterno.

Ya que sólo lo perfecto

posee la capacidad de dar vida como tú lo haces.

Sólo lo perfecto crece en la lucha dura y diaria

entre el hambre y las rimas

entre el sufrimiento y la sangre

entre el niño y el poeta.

Perdona si he pretendido llamarte poesía.

Lo cierto es que no tengo sino eso: poesía para darte

ten mis sueños

la única libertad que me es permitida ahora.

ten, mis cantos como flores o banderas

este presente de incertidumbres y desaciertos.

Mañana. Quién sabe. Mañana insurgirá el alba

como todos los días

y un mundo mejor

cerrará nuestra historia finalmente.

Porque tú te lo mereces mamá Maticha.

Tú, más que nadie.

Atrás quedarán los muros, las rejas, los candados.

Hasta pronto mamá

una libélula de los aires

traerá tu respuesta hasta mi celda.





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(*) Parte de este texto está inmerso en el libro Aquí no falta nadie, antología de poesía puneña de Walter L. Bedregal Paz. Grupo Editorial "Hijos de la lluvia" & LagOculto Editores. 2008.


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