Silencio:
Que nadie pinte sobre tus ojos rojos
que nadie le dé forma a la tarde
ni hagan canciones de la lluvia.
(Ilave, 1970)
Docente y Abogado. Los dioses le han otorgado casi todo, con todos no son tan generosos, aunque de algunos se acuerdan más. Pero este poeta se deja atraer por el encanto de lo sensual y de lo efímero. del poema .Se divierte escribiendo como un Dandy, hombre de mundo, de amores lejanos, miradas de una amada naturaleza con ojos pequeños y claros de mujer completamente celestial. Su poesía no desperdicia su genio, ni agota su fuente juvenil, tiene una forma de ser que se conjuga con su propio genio, a la vez que curiosamente le da curioso placer el desperdiciar su inagotable amorío. Cansado de caminar con las nubes bajo el brazo, bajó las nubes a sus pies y descendió junto a ellas a caminar buscando en sus profundidades nuevas sensaciones, llegando a encontrar sólo hombres ,con el significado para él de una sola pasión: el amor a la mujer, que paradójicamente en la esfera del pensamiento y el palpitar del corazón, el deseo al final sería una enfermedad o una locura, o ambas cosas, llegando a convertirlo en poseedor de vidas diferentes y ajenas.
Tiene en su haber el Primer Premio de Poesía (compartido) en los IV Juegos Florales Universitarios, organizado por
Toma el placer de vivir: “…por ellas”, (las mujeres como musas), donde las encuentra y continuar abanzando su caminar. Sin olvidar que cada acción pequeña de cada día forma o deforma el carácter; y que por tanto lo que se ha hecho en la cámara secreta habrá de decirse algún día públicamente, como un: “…te amo” delante de todos y empezar ese día a ser recién dueño de sí mismo.
Edwin Ticona, es un poeta emocional y como tal, a pesar de estar imbuyéndose en la espiritualidad de los amores tempranos lleva la marca peculiar de los latinos: el sensualismo. Puedo descubrir que él idealiza el realismo en su poesía, no sé de quien haya adornado de fastuosos sentimientos amorosos, infundido en los turbadores perfumes y saturado de enervante música esa pasión cuando uno escribe el nombre de la amada primero, esperando expresar el elavarla a la excelsitud con una filosofía más que añorada: “…a ella, con el más puro amor”, que al terminar y volver a leer, esa gama, da la sensación que el espíritu del ser amado busca expresarse infinitamente, eterna y absolutamente con emoción humana.
Esta expresión, esta forma de empezar su poesía, como dulce melodía, encuentra casi realizado lo descrito, esos indefinibles estados anímicos. Difícil es decir que la poesía de Edwin Ticona, canta por sí misma, o interpretarla como sus musas deben sentirla, a la manera coloquial, o ser poesía amorosa, cosa que está lejos de serlo, por los esplendores externos con que reviste las versiones poéticas de sus poemas, con extremado afecto al cariño; mostrándonos de nuevo su espíritu de Dandy, Edwin, o como lo suele llamarse en sus ratos de lucidez: Erdy Flores; en el jardín de la literatura puneña de Fin de Siglo es: como ave del paraíso, cuyo vistoso plumaje esplende sin rivales, y tornasola los tintes rosáceos del alba, es un poeta cuyo mensaje llegará a multitudes, un temperamento demasiado individual e intenso.
Tiene preparado un libro inédito Silencio bajo palabra. La poesía de Edwin es la vibración que nos procura la serenidad, es un alejamiento del silencio para encontrar la voz y las imágenes que vislumbran el camino del poeta. La melancolía es el espíritu de su voz que se va tornando en soledad y poesía.
DIALECTO
A PUNO
Puno, entonces, i luego
en cuál lluvia seguirás nublado?
Con tu arco iris oscurecido
Estirándose en mi tristeza.
I qué serpentinas
Aún, cuelgan desteñidas
En tus carnavales de kantuta?
Puno, aguacero deshidratado i sacudido
Sobre nuestros rostros.
Cuando no me oyes
Soy el que aúlla
En los huesos de la noche,
En ese granizo abandonado
que brota de tu silencio
o de tu voz con eco viudo.
Crecen espinas
En nuestras gargantas
Acelerando al viento
De mis pulmones reventados
…por lo menos quisiera
A R D E R :
En un árbol astillado
En relámpagos secos
Luego descansarme
En un beso blanco
De tus cordilleras
I pintar de gaviotas nuevas
Tu sonrisa
I de arco iris alegre
Tus párpados hidrosféricos
“aún me gusta el dialecto de tu mirada”.
AUSENCIA
A Nancy
Los ríos atravesaban los huesos más largos
y los caminos quemantes del relámpago
para llegar al olvido.
El agua fosilizada acaba de ser descubierta
por la sed de un poeta romántico
porque en los días de recogimiento dibujaba
mediodías (sobre la arcilla roja de unos besos abiertos).
Yo llegaba en silencio(a donde aguarda la nostalgia)
después de habitar el abismo del viento
y las moradas del crepúsculo; ardiendo en el origen del granizo.
Andaba tras los árboles
fluviales adivinando el perfil
de la lluvia y las sombras del relámpago:
con mis propios dientes estrujé una flor
blanquísima (de entre las palabras más puras).
Pero, su silencio tenía la misma distancia
que el invierno y la velocidad de las lluvias
olvidadas exprimidas de las tardes por cierta
necesidad del llanto.
Los búhos observan atentamente la tristeza.
La noche era una palabra obscura que el cielo
escribía (con su mirada).
La noche llegaba tapándose el rostro,
callando tu nombre a viva voz.
SUDARIO
A Mónica
Un pañuelo
transparente
del color de una hora
distanciosa.
Un pañuelo bordado por voces de bayeta
pintado con palabras
sueltas
arquitectónicamente
e s t e n d i d a
sobre
mis penas
en una gaviota
acaban
en una gaviota
como algunos sueños,
i desde su fondo
se levantan sonrisas
en forma de eucaliptos
i caen peces voladores
en tu mirada
de islas colgantes.
Un pañuelo ondeo
en la metáfora del viento
sobre las piedras tatuadas
con tu nombre curvilíneo
G E O M E T R Í A D E L A M O R
LATIDO DE UN HUESO
A Mónica
Dios es razonable:
Para estas cosas del amor
No existe Dios.
Mi alma huyó a mis huesos
garganteante desde todos mis residuos, desde
una esquina de mi óseo.
En verdad la noche crece en mis sueños
hasta cubrir lo prohibido de tu rostro como
cuando estás ausente, escondida en ti misma.
Los búhos lloran i las alondras huyen
a otra noche más lejana, desde mí vacío,
temblando en las ramas de todos los inviernos
inventando este día.
Llevo un aguacero sobre mis espaldas,
voy arrastrando un río, pateando espinas dolidas
pisando la hierba desnuda que tus pasos hicieron
crecer.
La nostalgia insiste
Yo tenía el tacto del álamo que conocía
la forma del viento i del aullido, i el tacto
de mi voz que conocía tu nombre.
Vacíos i melancolías sujetas a una
misma canción, metafísica, desde tus ojos caídos.
Debo irme a calmar mis sueños, a descansar mi
miedo, ah… No sé en qué agua placentaria.
_________________________
(**) Parte de este texto está inmerso en el libro Aquí no falta nadie, antología de poesía puneña de Walter L. Bedregal Paz. Grupo Editorial "Hijos de la lluvia" & LagOculto Editores. 2008.
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