De un tiempo a esta parte estoy presentando libros de gente que no conozco, ni siquiera de vista, y eso es un tanto extraño en un medio como el nuestro en el que a los autores les gusta asegurarse el bombo y la adulación invitando a sus amigos para que comenten sus publicaciones sin correr mayores riesgos.
Pero yo estoy aquí invitado no por Walter Bedregal, sino por Filonilo Catalina, que cuando pierde la lucidez suele identificarse como Luis Rodríguez, felizmente tal desavenencia no le ocurre muy a menudo, y también mi presencia se debe a Gloria Mendoza Borda quien confunde su inteligencia y sensibilidad con un supuesto agudo sentido del humor de parte mía.
El caso de Filonilo merece una acotación más, el recientemente galardonado con el COPE ha criticado duramente otras presentaciones que he hecho en meses pasados por ser excesivamente blandas y benéficas con los autores, por lo que supongo que ésta es una suerte de última oportunidad que se me otorga para hacer caer la guillotina, en esta ocasión sobre el cuello de Walter, o quizá sobre el propio cuello del autor del Monstruo de los Cerros, ya que él es uno de los antologados. No lo sé, en todo caso tendré que preguntarle a Walter si hay entre ellos alguna grave deuda que Filonilo quiere cobrar a través mío.
Pero mi sospecha va más en otro sentido: quien escoge para una antología un título como “Aquí no falta nadie” debe tener cierta vocación por los deportes de riesgo, quien decide poner ese nombre a una antología de poesía puneña tiene sin duda una fuerte inclinación por el suicidio. Y eso hay que felicitar, porque nada más parecido a la poesía que el paredón, tanto para quien se para delante de él con los ojos vendados, como para quienes ansiosos esperan escuchar la orden para apretar el gatillo. En ese sentido quienes se han sentido indignados con esta antología, quienes han disparado contra ella, en público o privado, quienes esperan tenerla entre manos para destrozarla, deben estar profundamente agradecidos a Walter por haberlos devuelto al ring, porque en tiempos como estos en que el mercado lo es todo, sin duda alguna la función del poeta es dar puñetes, y eso lo sabe muy bien Filonilo, quien aunque haya dejado el box no ha perdido la habilidad del golpe certero.
Lo que quiero decir es que aquí los pacifistas no son bienvenidos, los conciliadores pueden tomar su lugar entre los conformistas, es decir los mediocres, la poesía es un espacio para guerreros y este libro tiene aroma a batalla. Pero imagino que ya Filonilo estará diciendo que otra vez lo decepciono porque escucha aplausos de quien espera chiflidos. Debo decirle que se adelanta, sólo he dicho que el libro huele a pólvora, o mejor, a jazmines, violetas, geranios y margaritas, pero no he dicho de qué lado de la contienda estoy. Y antes que estar de parte de alguno de los bandos, me siento más bien como un contraespía. Veamos por qué:
Este libro está formado por dos partes, un extenso prólogo y la antología propiamente dicha. Esto que puede pasar inadvertido es en realidad, así lo creo, sumamente importante. Porque para Walter el asunto de la intertextualidad, hipertextualidad, metatextualidad, etc. es vital, como veremos más adelante, y por tanto no creo que haya sido casual que el libro tenga la estructura que tiene.
En otras palabras, Walter hubiera podido ir antecediendo a cada poeta, o cada conjunto de ellos, si consideraba que tenían un lazo entre sí, sus respectivas notas críticas; de tal manera que los propios aportes de Walter se iban constituyendo en los rizomas que le obsesionan con los propios poemas en sí.
Pero no ha escogido ese camino, acaso porque mezclar la poesía con un discurso de valoración sea precisamente antipoético. La poesía no tiene su razón de ser en la calificación que otros puedan darle, sino que su sentido es ella misma, “Poesía no dice nada, poesía se está callada, escuchando su propia voz”, como sentenció Martín Adán. No tiene justificación, por tanto, que los que no están en esta antología (en la que no falta nadie) se sientan menospreciados. Ningún verdadero poeta escribe para que lo incluyan en una antología, acaso escriban para todo lo contrario, para que jamás sean parte del canon. El enojo, quizá entonces, le debe corresponder a los que están incluidos aquí.
Sospecho que el mismo Walter ha querido excluirse, no solo porque no aparece como poeta, sino porque ha querido que sus notas críticas constituyan un largo prólogo, y todos sabemos que nadie, o casi nadie, lee los prólogos, menos cuando son extensos. No voy a decir que este sea un gesto de desprendimiento que lo enaltece, no temas Filonilo, ya mi amigo Lolo Palza (otro de los antologados) me enseñó hace tiempo que la autoflagelación no es sino un acto de suprema vanidad.
Pero nosotros sí hemos leído el prólogo y como ustedes no lo han hecho aún, es necesario hacer una reseña del mismo, pues en él está explicada la osadía del autor de una antología que resulta original y valiosa por varias razones que explicaremos más adelante.
El prólogo es en realidad un denso y complejo trabajo teórico que valiéndose de un corpus tomado de los clásicos y neoclásicos de la crítica literaria, construye una propuesta metodológica para acometer la tarea de seleccionar poetas y poemas con miras a construir (el verbo arquitectónico no es casual) una antología.
Walter Bedregal desde el principio se niega a seguir el método ya tradicional de estructurar la antología en base a generaciones, sean éstas etáreas, ideológicas o de otro tipo, y apuesta más bien a imaginar una estructura rizomática en la que poetas y poemas se van integrando como un todo, que no vendría hacer otra cosa que la poesía puneña. Esta idea de todo, es, probablemente, la que lo empujó a llamarla “Aquí no falta nadie”, título con el que comulgamos en parte, y con el que también disentimos, no porque creamos precisamente que falta alguien, sino porque encontramos algunas incoherencias entre el método y el resultado.
Nos explicamos mejor, en la antología que estamos comentando hay ciertas obras poéticas fundacionales: Alejandro Peralta y Carlos Oquendo de Amat por ejemplo, que para el método empleado por el antologador constituyen hipotextos, es decir, textos sobre los cuales van a erigirse otros, estos otros son los hipertextos, es decir las obras poéticas también aquí antologadas que se han nutrido de los hipotextos fundacionales. Pero, claro está, que estos hipertextos son al mismo tiempo hipotextos de otros discursos poéticos que en este nivel se constituyen en hipertextos, pero que en el siguiente nivel se constituirán en hipotextos y así, no hasta el infinito, sino hasta el 2008. Pero este crecimiento no se da solo en sentido vertical, sino también horizontal y por qué no, diagonal. Se trata pues, como bien lo dice Walter de fractales, de rizomas, que nos hacen pensar en la biblioteca infinita de Borges, pero también en la de Eco, y además en la de
No es pues la calidad de los textos el único criterio que Bedregal utiliza para construir su antología, sino la pertenencia a esta particular estructura que él llama poesía puneña, gentilicio que someteremos a crítica en unos instantes.
Así nos parece que no es que aquí no falte nadie, sino que aquí faltan los que su obra no ha logrado constituirse en hipotexto de otros autores que nacieron en Puno, y que tampoco quisieron ser hipertextos de obras que les antecedieron. En otras palabras, aquí no están los peros del olmo, y si recordamos a Octavio Paz, tal título no es en absoluto una afrenta, por el contrario. Entonces otra vez, quizá quienes tengan que linchar a Walter Bedregal no sean los excluidos, sino los antologados.
Pero hay un problema adicional, si aceptamos que efectivamente, para el método usado, aquí no falta nadie, tendríamos que preguntarnos necesariamente si aquí sobra alguno. Por cuestiones de calidad poética es algo que le dejo a los especialistas. Yo más bien intentaré demostrar que Walter no ha podido ser tan fiel como quería a su propio mandato. Como él mismo señala en su prólogo, hay varios poetas cuyas conexiones se pierden con la llamada poesía puneña, ya sea por una originalidad extraordinaria, como es el caso de Vladimir Herrera, o por la temática, como Lolo Palza, por ejemplo. No me atrevo a decirlo del primero, pero como Lolo es mi amigo, puedo sin temor decir que él está sobrando. Lo que, repito, no es necesariamente un demérito, sino acaso, un mérito.
Vayamos entonces al subtítulo: Antología de poesía puneña.
Walter a lo largo de su prólogo y a lo largo del rizoma que constituye, establece una serie de criterios de lo que podría llamarse poesía puneña. Pero, este intento se contradice por completo con su método fractal. Dialéctico el asunto, recurrimos al fractal para formar un árbol hipertextual que dé en llamarse poesía puneña, pero el fractal mismo no admite gentilicios, como muy bien reconoce nuestro autor cuando fija hipotextos de sus antologados en otras latitudes e inclusive en autores que nunca escribieron en español.
Así el método del fractal chocha diametralmente con la obsesión del lugar de nacimiento de los antologados.
En otras palabras, si vamos hablar de fractales, el espacio en cuanto a ubicación física no tiene sentido, los rizomas no se mueven en departamentos geográficos, sino en lo que Castells llama el espacio de flujos, son las conexiones, no las ubicaciones las que importan. Esta misma antología, aunque sin declararlo así, lo reconoce, pues muchos de los antologados hace mucho que ya no viven en Puno, incluso algunos de ellos suelen decir que nacieron allí de casualidad.
Lo que intento decir es que el rizoma de la poesía puneña no tiene por qué estar compuesto por las obras de poetas cuyas partidas de nacimiento señalan a Puno, sino por obras que comparten la esencia de la puneñidad, hayan nacido a las orillas del lago o no. Más claro, por lo menos a nivel teórico, hay poetas no puneños que escriben poesía puneña, y poetas puneños que escriben poesía no puneña. (De hecho varios de los poetas seleccionados han aparecido también en antologías de la poesía arequipeña).
Y aquí entonces la cuestión es definir qué es la puneñidad, y ello pasa necesariamente por reconocer cuál es la identidad puneña; pero aquí estamos en otro problema más grave, los espacios de flujo y los tiempos atemporales que constituyen los vasos comunicantes de las estructuras rizomáticas de eso que llamamos posmodernidad, no creen en la identidad, no creen que haya algo que se pueda llamar puneñidad; pues la puneñidad no sería algo que esté dado, sino algo que se construye.
En ese sentido, el valor de este libro no estaría en que nos muestra precisamente la poesía puneña, sino en que caemos a cuenta de la universalidad de la poesía y de que Puno es un punto móvil en el universo. La poesía puneña no existe, sus poetas la inventan. Walter Bedregal los ha fotografiado en ese trabajo de alquimia.
Los que no salieron en la foto será porque están en otro rizoma, no hay por qué enojarse entonces, solo hay que esperar a otro fotógrafo.
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