Por: Feliciano Padilla
Wálter Bedregal, con fecha 13 de julio, publicó en “Los Andes” un artículo intitulado “El carácter libérrimo de forjar antologías”, con el que menosprecia a los escritores puneños por el “delito” de haber escrito algunos sueltos sobre su libro “Aquí no falta nadie”. En los siguientes párrafos trataremos de analizar algunos de los rasgos de dicho texto.
Es cierto que existen varias competencias comunicativas: la competencia discursiva que consiste en elegir el tipo de texto adecuado a una situación o circunstancia; la competencia textual, que es la capacidad de construir un texto bien organizado sin afectar la cohesión y coherencia; la competencia pragmática, que permite prever el efecto que se va a lograr con los enunciados; la competencia enciclopédica, que se deriva del conocimiento de la ciencia y la cultura en general y; la competencia lingüística, que consiste en la capacidad de construir enunciados sintáctica y léxicamente adecuados.
Cualquier emisor puede comunicarse con su interlocutor o interlocutores sin privilegiar la competencia lingüística. Es suficiente que en el acto del habla se cumpla la función comunicativa, por ejemplo, la de una persona que informa, argumenta, instruye, etcétera; pero, un escritor que menosprecia a sus colegas porque son “provincianos”, o alguien que funge de escritor cosmopolita debe ser más cuidadoso, máxime si acaba de publicar una antología de la dimensión que supone. ¡No!, no puede escribir tan mal y denostando a diestra y siniestra, como si nosotros tuviéramos la culpa de sus falencias formales y teóricas.
Pensé que podía encontrar en el artículo “El carácter libérrimo de forjar antologías” algunas ideas claves para un debate. Pero, en su lugar, me di de narices contra una retahíla de insultos y diatribas. Yo, con la consideración que me merece Wálter Bedregal, le envié una carta muy respetuosa, sin utilizar ninguna palabra ofensiva, en la que le informo que no asistiría a la presentación de su “antología” por estar en desacuerdo con su peculiar aplicación de la teoría fractal y con “la selección” que hace de la poesía puneña y, punto. Me reafirmo en estas aserciones que se fundamentan en mis lecturas de: “El manifiesto del fractalismo”, “El manifiesto fractal”, “Qué es la literatura fractal”, “Rizomas, fractales y constelaciones” que Juan Zavallos Aguilar escribió en “Sieteculebras” No 23 (que parece ser la base de su teorización), etcétera. La carta de marras es apenas una insinuación del extenso texto que escribí a propósito de su “prólogo” y que, francamente, no sé si deba publicarlo más adelante.
El insulto es propio de quienes no tienen argumentos. Creo que Puno se merece más respeto. Respetando a la colectividad se respeta uno mismo. Lo contrario es caer muy bajo y no es propio de un escritor. Bueno, vayamos al grano: Partamos por analizar el título: “El carácter libérrimo de forjar antologías”. Forjar significa dar forma a los metales utilizando fuego y martillo. La antología no se forja, ni se inventa, ni se fabrica; se elabora, se redacta, se prepara, se hace. La oralidad tiene otro código donde los vocablos adquieren el significado que les otorga el contexto. La palabra Wálter concerniente al nombre del autor no está tildada; olvida que desde hace treinta años todos los nombres extranjeros que usamos se castellanizan y al castellanizarse se someten a las reglas del español sin excepción, aunque en la partida de nacimiento estén escritas de otra manera. Y Wálter es una palabra grave que debe tildarse porque no termina en vocal, ni en “n”, ni en “s”. Lo primero que debe saber un escritor es escribir bien su nombre.
En la segunda línea del texto aparece el vocablo Antología, así con mayúscula; hay que recordar que es un nombre común y debe escribirse con minúscula, salvo que sea parte del título “Antología aquí no falta nadie”, y no es así. El título del libro es “Aquí no falta nadie”. En la línea decimoprimera (undécima) se advierte la palabra “conversa”. Conversa puede ser una forma familiar o coloquial de “conversación”, sin embargo, es de mal gusto usarla en un artículo académico o serio como el que pretende. En otro renglón se lee “desatinos de desaventuranza”; habrá querido decir desventura o desaventura que significa desgracia causante de aflicción, pero, no “desaventuranza”. Bueno, hay que felicitar la capacidad creadora de algunos de nuestros escritores, sólo que cuando creamos dislates descuidamos la coherencia del discurso. ¿Qué es eso de “desatinos de desaventuranza”? Le falta claridad.
Algo peor, ¿puede haber desatinos de desaventuranza habitados de mala fe, tontería, puerilidad, etcétera? En esta desventurada construcción no hay coherencia y no se comprende la frase. La mala fe, la tontería, no habitan porque no son seres vivos, ni humanos. Y no digo nada de las marcas de pausa y algunas construcciones artificiosas que pueden ser consecuencias de un estilo particular del escritor.
Estos “pequeños” errores fueron hallados en el primer párrafo, al final del cual está escrito entre paréntesis (“viendo la escasez de comprensión en algunos lectores”)… La preposición más adecuada en este caso era “de” en lugar de “en”, a pesar de la aparente redundancia, para que se lea: “viendo la escasez de comprensión de algunos lectores”. Muchas veces es mejor repetir una palabra si es necesaria como elemento cohesivo y dar claridad a nuestros escritos. La frase “escasez de comprensión” nos conduce a la frase contraria: “abundancia de comprensión”. ¿Cómo? ¿Existe abundancia de comprensión? Habría sido aceptable que nos diga: “escasa comprensión”. Descubrí treinta y cuatro errores en todo el texto. Estoy poniendo sobre el tapete sólo los más notorios del primer párrafo.
Como se verá no tuve necesidad de insultar como él lo hace conmigo y con todos los escritores puneños. Asimismo, es oportuno destacar algunos deslices en el plano de las ideas: Se advierte en el texto un tufillo despectivo contra los escritores provincianos, desacreditados, sin demostración alguna, de no conocer más allá de sus narices. Sería bueno que él, también, se incluya dentro de los provincianos porque lo es, (nació en Tacna), salvo que esté utilizando la nefasta dicotomía costeño / serrano. Esta actitud ofensiva no queda ahí. Cuando en una construcción defectuosa manifiesta: “Tal vez nuestros intelectuales no hayan ido a Europa a estudiar, sino a ser estudiados”, se refiere a un puneño con apellido quechua que estudió un doctorado en Barcelona. En este caso, su menosprecio está saturado de racismo barato. Y eso es algo sobre el cual tendrá que meditar mucho Wálter Bedregal. Desgraciadamente para él, la mayoría de los escritores puneños o serranos llevamos, con orgullo, un apellido quechua o aimara.
No se crea que soy enemigo del autor cuyo artículo estamos analizando. De ningún modo. Felicito muy sinceramente a Wálter Bedregal por haber publicado esta obra importante. Publicar en el Perú es una odisea y eso nos merece, desde ya, brindarle nuestra congratulación; sin embargo, este homenaje a su persona no me obliga a renunciar a mis puntos de vista acerca de su “antología”. Un comentario, cualquiera fuera su sentido, no puede llevarnos a usar insultos ni a rebajar la calidad de la conversación. Si se escribe un ensayo es para el debate. Debemos acostumbrarnos a responder la crítica adversa con altura. Si las diez líneas de mi carta han causado tanto malestar en el autor, no puedo imaginar qué pasaría si publicara el artículo que escribí sobre su prólogo.
OTROSÍ: No digo que yo escriba bien, de ninguna manera; sin embargo, como todos los puneños productores de textos, intento hacerlo, aunque sé que lo hago con limitaciones. Finalmente, hay que subrayar que estas reflexiones lingüísticas son una exigencia para la escritura seria; pero, como ya dije anteriormente, en otras circunstancias (conversaciones familiares, amicales, callejeras y la de los Chat, blogs, etcétera) el lenguaje, por lo general, infringe la norma y “no pasa nada”. Es suficiente que comunique algo.
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