sábado, 11 de octubre de 2008

SOBRE VIENTOS, ALTURA, UN LAGO Y UNA ANTOLOGÍA DE POESÍA



Por: José Córdova

La poesía hecha en nuestro país es vastísima, diversa, inagotable, y en muchos casos, hasta singular, sobre todo si hacemos un recorrido, no tan minucioso, desde la aparición de José María Eguren, (sin olvidar por cierto a Mariano Melgar, y la “poesía oral” recopilada por estudiosos inagotables como el mismo José María Arguedas) pasando luego por las vanguardias de inicios del siglo XX, hasta su total diversificación a partir de los años 60 de ese mismo siglo.
Ahora bien, si atendemos las propuestas de “heterogeneidad” de Antonio Cornejo Polar o la de “hibridaje” de Néstor García Canclini, se puede armar fácilmente un corpus poético que de pronto pueda convertirse en un derrotero (como un intento más viable, digamos), que nos ayude a entender el por qué de esta riquísima orfebrería que hasta el momento representa la poesía peruana, no sólo en nuestro país sino en todos los demás países donde se le conoce.
Sin embargo, y a pesar de ello, todavía seguimos siendo miopes, puesto que más allá de lo etiquetado como poesía peruana, y reconocido dentro del “canon oficial” (o lo establecido), también es cierto que no todo está dicho, —y probablemente jamás lo estará—, y que aún hay mucha veta (ignorada, es cierto, por ese mismo “canon”) qué descubrir, ­—si nos atenemos al espacio geográfico que nos identifica—. Pues bien, ese es un trabajo que nos compete a todos los que de alguna manera estamos incluidos en el pensar de nuestro hibridaje (poético digamos) y que nos negamos a que la “oficialidad sólo (y siempre) provenga desde la metrópoli”.
Además, sabiendo que muchas “regiones” han jugado un papel importante en el desarrollo de nuestra poética, (por ejemplo el Grupo Norte en Trujillo u Orkopata en Puno), no cabe duda que es necesario el trabajo difusor de cada región, propuesta desde la misma región y hecha especialmente por los focos intelectuales que cada una posee (ahora ya no hay pretextos para no hacerlo). Sólo así se podría llegar a un entendimiento partiendo desde la misma periferia de la metrópoli, y que sin lugar a dudas, nos podría inducir a un corpus verdaderamente nacional.
Y eso es lo que hasta ahora puedo entender de Walter Bedregal Paz (Tacna, 1965), quien, más allá de rebuscarle los puntos a las ies (sin ninguna intención sociológica que ayude a entender mejor el proceso del desarrollo de la poesía en Puno) en una extensa introducción (26 pp., y algo enredada por cierto), nos presenta su selección de poetas puneños bajo el título provocador de Aquí no falta nadie (Juliaca, Grupo editorial “Hijos de la lluvia”, 2008) libro en el que hace un breve pero imprescindible recorrido por la poesía puneña, desde inicios del siglo XX hasta la actualidad.
Y es que, de alguna manera, Walter trata de establecer «La esencialidad de la poesía altiplánica peruana», a partir de lo que José Gabriel Valdivia ha propuesto como «los dos rieles del ferrocarril del sur»: Alejandro Peralta y Carlos Oquendo de Amat. Y en cuyos durmientes estarían «las voces renovadoras de Efraín Miranda y Vladimir Herrera, [ya que] sin esta doble perspectiva [sería] imposible comprenderla y peor aún percibir sus secuencias evolutivas». Y dentro de esta esencialidad, mostrar «por lo menos [esos] dos aspectos en los cuales [el poeta Juan Yufra considera], coinciden la mayoría de los poetas allí instalados. Primero expresan una poética del yo y luego una poética de la naturaleza donde el contexto y las influencias traman un lenguaje confuso a veces y, en otras oportunidades, una reflexión honda de cuestiones personales cuando no insignificantes».
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Y es por esto que líneas arriba mencioné acerca «del pensar nuestro hibridaje», porque todo esto nos lleva a la reflexión, la teorización, el ensayo… sino, entonces JGV no habría podido concluir «que dentro de la gran poesía peruana, si cabría hablar de regionalidades para interpretar la escurridiza heterogeneidad, hay tres grandes fuentes: La limeña, permanentemente alimentada por soñadores provincianos, luego la arequipeña y, finalmente, la puneña. No sólo por la cantidad de poetas sino también por la calidad de los escritos».
[2] Entonces ahora “los rieles” ya no son poéticos, sino casi sociológicos, y avanzamos mucho mejor.
Por ello, no quiero entrar en detalles sobre la forma de su selección, —la misma que por cierto ha causado muchas molestias, jaculatorias de circo y algunos insultos (sumado a réplicas nada constructivas) ni trascendentes (Cf. la revista Apumarka número 11 por ejemplo)—. Pienso que el antologador siempre se moverá subjetivamente, siendo motivo de disgusto para aquellos que no se encuentran dentro de sus vericuetos papilares en lo que a lo antologado se refiere. Tampoco diré si está correctamente hecha, al fin y al cabo, la antología es de Walter, y sólo él es responsable de lo que hay en ella. (Que me disculpen estos 21).
Y a pesar que José Luis Ramos ha dicho que Walter «desde el principio se niega a seguir el método ya tradicional de estructurar la antología en base a generaciones, sean éstas etáreas, ideológicas o de otro tipo, y apuesta más bien a imaginar una estructura rizomática en la que poetas y poemas se van integrando como un todo» la antología representa para su autor su propio parnaso; y así, sus respectivas contradicciones (necesarias por supuesto), esas «incoherencias entre el método y el resultado» de alguna manera representan la osadía (recordemos que Juliaca es la periferia de Puno), aunque sea inválida, del antologador, y le dan legitimidad, más allá de lo suscitado a través de los comentarios (incluidos los cocachos y las tiradas de pelo) que los (y los no) antologados han hecho. Es decir, que el discurso bedregaliano termina por construirse.
Al fin y al cabo, interesa más tener en la mano una selección (a pesar que pueda ser o parecer parcial y engatusadora), ya que lo mejor que uno puede encontrar leyéndola, es el nombre de algún poeta desconocido, que resulta interesante, como por ejemplo (y en mi caso) Vladimir Herrera: Tu memoria conserva pájaros en el fuego/difícil / decirte / adiós; / Aprendemos que cada hora de enlace y separación / es el fin, / caminando por un parque sin monumentos / ni dioses; o Eddy Sayritupa: El día es una puerta inevitable. / Las personas tienen puertas y ventanas. / Tienen puertas y ventanas las personas que habitan a las personas. / Las personas con las cortinas abiertas de su pecho. / […] Levantan la mano y paran una noche.
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Y —a pesar que se ha reclamado por más nombres— los nombres de los 21 elegidos son: el olvidado Alejandro Peralta, Carlos Oquendo de Amat, Efraín Miranda, Omar Aramayo, Percy Zaga, Gloria Mendoza Borda, Vladimir Herrera, José Velarde, Boris Espezúa Salomón, Lolo Palza, Alfredo Herrera Flores, Simón Rodríguez, Fidel Mendoza, Gabriel Apaza, Walter Paz, Erdi Flores, Eddy Sayritupa, Darwin Bedoya, Luis Pacho, Rubén Soto y Filonilo Catalina; todos elegidos por alta solvencia y “diversificación”.
Finalmente quiero seguir insistiendo en que una buena antología jamás estará mal seleccionada, (o jamás será “incompleta”, y eso muy bien lo sabe el autor). Y eso sucede porque existen muchos criterios para hacer una: ideológico, temático, teórico, generacional, por género, etc. Y si de alguna manera se le considera así, simplemente hay dos formas de rebatirla: o no hablando nada de ella, callándola para siempre; o de lo contrario confrontándola con otra mejor y, —aunque insisto, nuevamente en que no existen antologías mejores—, demostrando cómo hacerla (o algo parecido).
De paso, así generamos más espacios para el diálogo y la discusión, lo necesario dentro de aquella dialéctica que sirve para hallar el entendimiento. De ahí que no hay nada que reclamar a Walter. ¿Quemar el libro?, ¿recomendar que no se compre, o no se lea? No, nada de eso, pues parafraseando lo que le dijo a través de una carta César Vallejo a uno de los seleccionados, la antología ya está caminando, y «lo demás está en los estantes y eso nos tiene sin cuidado».

Aquí no falta nadie, 302 pp.
Walter Bedregal Paz
Juliaca, Grupo editorial “Hijos de la lluvia”, 2008.
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[1] Juan Yufra.

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